"Juanito de Arcos" - capitulo V -
V
Porque siempre pasa así. Ahora lo sabía, con los años aprendió todo de otra manera.
El tiempo cambia las cosas del recuerdo y casi todo es de otra forma de como parecía que fué.
Fue el 'Oncle' Roger que se ocupó de ella.
Lo vió siempre y desde chica, no solo en la clínica de Washapa cerca de Kinshaza pero también cada día en el bungalow, que era como una casa larga donde vivian en las afueras.
El 'oncle Roger' siempre estuvo ahí y fue siempre como un papá cariñoso y con el aprendió a hablar un francés impecable a lo Belga, tal cual, y muchas canciones y cosas de la primera guerra mundial, porque el tío Roger entonces ya era un viejito seco, alto, dulce y amable con los niños pero desconfiado y duro con los grandes porque decía siempre que cuando la gente se hace adulta pierde la disciplina y después pierden la vida.
En realidad fue siempre 'mon Oncle y no mi tío' y es imposible explicar la tremenda diferencia que hubo entre ambos.
Entonces la pasión del 'Oncle' Roger era reparar relojes Cucú porque todos los colonos ingleses o belgas tenían relojes cucú. Era como una moda por todos lados y con el clima húmedo y los calores tropicales se echaban a perder y los pajaritos de madera se quedaban con la puerta abierta sin decir cucú.
Entonces de todos lados llegaban los famosos cucú para que el Oncle Roger los arreglara.
Es que el Oncle Roger en la primera guerra mundial fue oficial de artillería y era el único capaz de deshacer la relojería de una bomba que cayó en el medio pero no explotó y luego ajustar minuteros de bombas que después iban a explotar en otra parte.
-Era una especialidad muy peligrosa- mi niña, le dijo siempre.
Sobretodo cuando ella le traía una vieja muñeca que movía la cabeza diciendo sí y no, cuando le daban cuerda con una llavecita en la espalda que a veces se trancaba.
Algunas veces también el Oncle Roger recibía personas del ejército, oficiales o civiles, de vez en cuando le traían pedidos especiales, trabajos de artesanía para arreglar otros relojes que no eran como los cucús porque no tenían pajaritos que dieran la hora y que él tenía mucho cuidado en la forma como desarmaba el minutero y después minuciosamente volvía ponerlo todo cubierto con un cuadradito de cristal que daba la hora en colores.
-Nunca, mi niña, toques nada de esos que están en la repisa del atelier, porque no tienen pajarito y recién los estoy arreglando- le decía.
(continúa)
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